La Ciudad de La Habana no es un ejemplo de pulcritud para los viajeros que la transitan. Muy lejos de ser una capital limpia, La’bana está llena de polvo, polución y basura.  Si tienes el hábito de echar tus desechos en un contenedor de la calle, te percatarás de que puedes caminar cuadras sin encontrar uno. Las colillas de cigarro, latas de refresco y papeles o bolsas volando son decoración común en los sitios más céntricos. Incluso los residentes de otras provincias se quejan de lo sucia que está la ciudad. Tienen toda la razón. Mi ciudad tiene una hediondez desmesurada.

Es una pena que esa sea la cara que presentamos al mundo porque a pesar de vivir en una ciudad descuidada por muchos años, la mayoría de los cubanos viven obsesionados con su higiene personal y la limpieza de sus casas. Al inicio del llamado Período Especial de los años 90, (que no es que haya terminado, en mi opinión) los cubanos temblaban pensando en un solo día de sus vidas sin productos de limpieza o de aseo. La gente no tiene idea lo que un cubano da por un jabón o una bolsa de detergente.

La explicación puede ser tan sencilla como: vives en una isla donde se habita bajo el sol y se suda a mares, constantemente. Si no creces consciente de tus olores, la puedes pasar muy mal. 🙂

Por supuesto, yo no había pensado en esto hasta que salí de Cuba y empecé a observar… y a oler. Nunca he entendido por qué algunas personas se perfuman y se ponen desodorante sin ducharse, por qué las chaquetas de invierno huelen a “hombre sucio” a las 10 am si en invierno no se suda, por qué algunas chicas se sientan en inodoros públicos (no importa lo limpio que estén) o por qué en países donde no falta el agua o el detergente algunos no lavan los zapatos jamás.

Supongo que podríamos decir que en este mundo hay de todo pero me consuela y sorprende, que los habaneros, después de medio siglo sin poder bañar a su ciudad, todavía traten de lucir presentables e impolutos para ella.

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